ALQUIMIA.
La Obra en nosotros
Al hombre moderno le cuesta mucho entender la cosmovisión de los antiguos, donde el ser humano no se sentía divorciado de la Naturaleza parte integrante de ésta, encontrando por doquier correspondencias entre lo de arriba y lo de abajo, lo de adentro y lo de afuera.
Este desprecio por los antiguos es bastante usual en los ámbitos académicos contemporáneos, donde se considera a la Alquimia como una disciplina defectuosa, una pseudo-ciencia creada de mentes fantasiosas que querían fabricar oro partiendo del plomo y a la que, en ocasiones, se le otorga un único mérito: ser la antecesora de la química moderna.
No obstante, en los ámbitos iniciáticos la Alquimia no solamente no es desdeñada sino que es muy apreciada dado que en ella se resume -a través de metáforas e imágenes- todo el proceso espiritual, desde la oscuridad a la luz.
Cabe destacar que los alquimistas verdaderos no observaban la Naturaleza por capricho sino para encontrar en ella relaciones entre lo visible y lo invisible, entre los procesos químicos que se producían dentro del atanor y sus propios procesos interiores.
Esto significa que, al hablar de los siete metales y vincularlos con los siete planetas, los alquimistas establecían un vínculo entre el cielo y la tierra, pero aún más: si había siete fuerzas arriba (los planetas) y siete fuerzas abajo (los metales), ¿acaso no podrían hallarse esas siete fuerzas en el interior del ser humano?
¿Y acaso estas siete fuerzas no eran vinculadas con dioses: Mercurio, Júpiter, Saturno, Marte, Venus…?
Por lo tanto, al hablar de dioses, astros, metales, ¿no estaremos usando imágenes evocadoras y símbolos marcantes para referirnos a fuerzas psíquicas, condiciones del Alma o diferentes aspectos de nuestro universo interior?
Esta diferenciación entre un “cielo afuera y arriba” (con sus planetas) y un “cielo adentro y abajo” (con sus metales) es fundamental para entender las diferentes disciplinas esotéricas, como la Alquimia y la verdadera Astrología, que toman lo exterior (los planetas y los metales) como excusa para profundizar en lo interior.
Ciertamente, nadie puede acercarse y comprender a la Alquimia y a la Astrología con una mirada literal.
En palabras de Paracelso: “El hombre es un microcosmos y es una copia abreviada del Universo o macrocosmos. La actividad vital del Universo se manifiesta en el movimiento de los astros y la formación subterránea de los metales”.
Para los alquimistas el oro es una imagen, un símbolo que alude a “otra cosa”.
Por esta razón declaraban en sus textos: “Aurum nostrum non est aurum vulgi” (“Nuestro oro no es el oro vulgar”), acusando a los buscadores de oro físico de “sopladores”, lo que -según Guénon- eran “los profanos que, ignorando el verdadero sentido de los símbolos de tal ciencia, los tomaban en un sentido groseramente material” (1).
Por todo esto, no es raro encontrar en los viejos textos alquímicos citas como esta: “La Obra está con vosotros y en vosotros, de modo que si la encontráis en vosotros mismos, donde está continuamente, también la tendréis siempre y en cualquier parte en que os encontréis, sea en la tierra o en el mar”. (2)
Ripley, su parte, señala: “Los filósofos dicen al que busca que las aves y los peces nos traen la piedra; está en todas las personas, en ti, en mí, en cada cosa, en el tiempo y en el espacio” (3), lo cual está en perfecta consonancia con las declaraciones de Nicolás Valois: “Hay una piedra de gran virtud que es llamada piedra y no es piedra, y es mineral, vegetal y animal, que se encuentra en todos los lugares y en todos los tiempos, y en todas las personas.” (4)
Los alquimistas taoístas concuerdan con esto, y es Wu Chen Pien quien aconseja: “No vayas a la montaña antes de que el elixir haya sido producido, pues ni dentro ni fuera de ella encontrarás la veta vital. Esta joya la poseen todos los hombres, aunque suelen ignorar su existencia”.
Cabe destacar que en el taoísmo la montaña representa la Unidad, la conexión entre lo de arriba y lo de abajo, el Yin y el Yang, por eso los iniciados en ocasiones son llamados “hombres de las montañas” (5).
Pero, ¿por qué los alquimistas utilizaban un lenguaje tan complicado e imágenes tan difíciles de desentrañar?
En rigor de verdad, los alquimistas -al tener que transmitir un conocimiento inefable, que no podía comunicarse con palabras- tenían que recurrir al lenguaje propio del Alma, esto es: el simbolismo.
Y, como sabemos, los símbolos no tienen como objetivo convencer sino evocar, despertar la intuición para que paulatinamente se produzca la captación intuitiva, ya que los símbolos permiten “en una sola imagen o palabra, resumir toda una historia o un largo discurso. (…) El símbolo es, por lo tanto, un mediador o relacionador que hace las veces de puente entre lo abstracto y lo concreto” (6).
Por lo tanto, abordar los textos alquímicos únicamente con la razón es una tarea inútil.
Para entender el lenguaje alquímico hay que recurrir a nuestra aliada en los terrenos del Alma: la imaginación, que los propios alquimistas llamaban “imaginatio vera” para diferenciarla de la simple fantasía.
Dice Carl Gustav Jung: “La imaginatio, tal como los alquimistas la entienden, es en realidad una clave para abrir las puertas del secreto del opus: sabemos ahora que se trata de la simbolización y realización de lo mayor, que el anima imagina creadoramente. (…)
El lugar o el medio de la realización no son ni el Espíritu ni la Materia, sino ese campo intermedio de realidad sutil, que únicamente puede expresarse de manera suficiente por medio del símbolo. El símbolo no es abstracto ni concreto, no es racional ni irracional, tampoco real ni irreal“ (7).
Siendo así, el trabajo alquímico interior está supeditado a un entrenamiento imaginal, que casi todas las escuelas iniciáticas poseen pero que -lamentablemente- apenas un puñado lleva a la práctica.
Notas del texto
(1) Guénon, René: “Precisiones necesarias”
(2) Anónimo: “Tratado Áureo de Hermes”
(3) George Ripley, citado por Carl Gustav Jung: “Psicología y Alquimia”
(4) Citado por Fulcanelli: “El misterio de las catedrales”
(5) El caracter chino “yin” (陰) representa originalmente la parte norte de una montaña (en el hemisferio norte es la parte oscura, no iluminada por el sol y, por lo tanto, fría y difícil de ser escalada) mientras que “yang” (陽) alude a la parte sur (soleada, luminosa, más fácil de ser subida). Dice Hi ts’eu: “Un (aspecto) yin, un (aspecto) yang, eso es el Tao”.
(6) Vale Amesti, Fermín: “El retorno de Henoch”
(7) Jung, Carl Gustav: “Psicología y Alquimia”
Comentários
Postar um comentário