PIEDRA ANGULAR EN MASONERÍA

 

PIEDRA ANGULAR EN MASONERÍA
La piedra angular y al mismo tiempo su primera y mayor regla invariable, la base de su plan, propósito y profecía es la antigua y sencilla fe en Dios, cuya purísima revelación y clarísima interpretación nos da la Santa Biblia.

Dios es el Gran Arquitecto y Constructor del Universo; el Padre de la humanidad que en Él se solidariza y salva; el Hacedor de cielos y tierra y de cuanto contienen, ante Quien el silencio es elocuencia y la admiración un culto. No hay otro cimiento.

En Dios funda la Masonería un templo universal de amor fraternal, de beneficencia y verdad.

En nada es la Masonería tan sabia como en la colocación de sus cimientos, pues comienza por el principio y asienta primero lo primero.

Dios es la primera Verdad y la final Realidad.

Es la Verdad de que derivan todas las demás verdades, la piedra angular de la fe, la clave del pensamiento, el coronamiento de la esperanza.
Dios es el significado del universo, su ritmo y su razón, el secreto de su integridad, la fuente de todo bien, el signo de su ordenación, su autor y su fin.

Al pensar en Dios se dilata el pensamiento humano hasta su extremo límite, y la confianza en Dios es la suprema sabiduría y el más intenso gozo.

La fe humana no puede trascenderse ni lejos de Él puede subsistir.
Todo en la Masonería se refiere a Dios, entraña a Dios, habla de Dios y señala y conduce a Dios. Todo grado, todo símbolo, toda promesa, todo ritual, todo deber halla su significado y deriva su belleza de Dios, del Gran Arquitecto en cuya obra todos los masones son obreros.

Toda Logia está dedicada a Dios y trabaja en “Su” nombre para cumplir “Su” voluntad simbolizada en el tablero de dibujo o cuadro de la Logia.

A ningún iniciado se le admite en la Logia sin antes confesar de hinojos su fe y confianza en Dios, cuyo amor es manantial de fraternidad.

Sobre el Altar de cada Logia, ante el cual promete el masón, está la Biblia abierta, el Libro de la Voluntad de Dios, que revela la pureza y santidad de vida.

Los autores bíblicos fueron videntes que contemplaban a Dios en la Naturaleza, en el curso de la historia y en los anhelos del humano corazón.

En preeminente y peculiar concepto no es la Biblia un libro que trata de Dios, sino el Libro de Dios. Aun en sus áridas crónicas se manifiesta la presencia de Dios, como David oyó que se movía en el susurro de las hojas del moral.

En los Salmos, en las Profecías, en los Evangelios, en las Epístolas y en el Apocalipsis, Dios es la única Realidad, el Compañero de las peregrinantes generaciones, la atmósfera de la vida del hombre y su eterna esperanza.

Verdaderamente está Dios en la fe, ideales y actuación de la Masonería, que sin Él no tuviera significado ni misión ni ministerio entre los hombres.

Porque cuando la fe en Dios se a a a pide desvanece, se derrumba “la casa no hecha con manos”, eterna en los cielos.

También entonces se desnaturaliza la plegaria del fiel masón por la paciente perseverancia en el bien obrar y para ser “piedra viva en la casa espiritual” levantada para Dios.


Fuente: Joseph Fort-Newton

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