Duermen...
con los párpados cosidos de mentira,
bajo un cielo de neón falso
y lunas muertas de alquitrán.
Beben sombras servidas en copas rotas,
rebaño sin pastores,
pero con verdugos invisibles
que les alimentan de quietud,
de pantallas,
de cadenas dulces y sedantes.
Los labios repiten oraciones huecas,
la ignorancia les arropa como madre fría,
la arrogancia les corona sin saberlo,
y desprecian —con dientes de fango—
al loco que ve
más allá de la cerca.
Si uno despierta...
si uno pregunta...
la manada gira sus cuellos enfermos
y aúlla: “Herejía”,
“Locura”,
“Orgullo”
“Traición”.
Porque pensar es sacrilegio.
Y sentir, un crimen.
Son ovejas dormidas en templos de plástico,
mecidas por manos invisibles
que ríen detrás de los muros.
Y cuando el pastor les clava el cuchillo
en la lana sucia de su ignorancia,
ni siquiera sangran:
solo obedecen.
Llora el cuervo en lo alto de un árbol muerto,
vigía solitario de un cementerio de almas.
Ruge el dragón en las cavernas del espíritu,
encadenado, esperando
a que alguien —uno solo—
rompa el círculo de barro
y despierte
para incendiarlo todo.
Pero mientras tanto...
la procesión de cuerpos vacíos
sigue su danza...
ciega, muda,
al borde del abismo
que no quieren mirar.
Karel Nodin.
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