São João Evangelista


S. João Evangelista
S. João Evangelista

João o Evangelista (Joannis Evangelistae), João o Divino (John the Divine), Apóstolo da Caridade (Apostle of Charity) ou ainda Apóstolo Amado (Belover Apostle), foi um dos doze apóstolos de Jesus Cristo, autor do Evangelho segundo João, as três epístolas de João e o livro do Apocalipse, presentes na Bíblia cristã. 

Foi o mais novo dos 12 discípulos, com cerca de vinte e quatro anos quando chamado por Jesus, era pescador de profissão e trabalhava junto com o seu irmão Tiago.

João Evangelista foi canonizado no período “pré-congregação”.

Sua comemoração é em 27 de Dezembro, data do seu nascimento, de acordo com o Martirológio Romano, como se vê:

“27 Decembris […]Apud Ephesum natalis sancti Joannis, Apostoli et Evangelistae, qui, post Evangelii scriptionem, post exsilii relegationem et Apocalypsim divinam, usque ad Trajani Principis tempora perseverans, totius Asiae fundavit rexitque Ecclesias, ac tandem, confectus senio, sexagesimo octavo post passionem Domini anno mortuus est, et juxta eamdem urbem sepultus.”.

Traduzindo, tem-se

“27 de dezembro […] Em Éfeso, aniversário de São João, o Apóstolo e Evangelista, que escreveu o Evangelho, foi exilado e escreveu o livro do Apocalipse Divino, fundou e construiu igrejas em toda a Ásia no tempo do imperador Trajano e por fim, desgastado pela idade avançada, morreu no sexagésimo oitavo ano após o ano da Paixão do Senhor, e foi enterrado na mesma cidade.”.

O dia 27 de Dezembro é também data muito próxima ao solstício de Verão (no hemisfério sul e solstício de Inverno no hemisfério Norte).

João era filho de Zebedeu e Salomé, e irmão de Tiago o Grande. Nos evangelhos os dois irmãos são frequentemente chamados de filhos de Zebedeu e também de Boanerges, ou seja, Filhos do Trovão, apelido dado a eles por Jesus em virtude do temperamento impetuoso deles.

Originalmente, João era pescador e pescava com o seu pai e irmão no lago de Genesaré. Existem narrativas tradicionais que relatam ter sido o Evangelista inicialmente discípulo de João Batista, e que depois foi chamado por Cristo a partir do círculo de seguidores do Precursor para se tornar o seu discípulo, juntamente com Pedro e André.

Para se ter uma ideia da importância atribuída ao apóstolo João, apenas ele e Pedro foram enviados à cidade para preparar a última ceia. 

Na própria santa ceia João tinha lugar ao lado de Cristo no peito de quem se inclinou. 

Foi João também que seguiu junto a Pedro com Cristo para o palácio após a sua detenção. João permaneceu sozinho próximo do seu amado Mestre, ao pé da Cruz no Calvário com a Mãe de Jesus, Maria, pela qual recebeu de Jesus a incumbência de tomar conta como se fosse a sua própria mãe.

Mais tarde João esteve, junto de Pedro, ligado às atividades iniciais do movimento cristão e tornou-se um dos principais sustentáculos da Igreja de Jerusalém.

Na sua jornada com pregador, foi diversas vezes preso, torturado, até ser exilado na ilha de Patmos por aproximadamente 4 anos (estudiosos dizem ser quando escreveu o livro de Apocalipse, do qual apenas pequena parte foi preservada).

Morreu de causas naturais em Éfeso, no ano de 101 d.C., aos 92 anos de idade (alguns estudos dizem que ele teria mais de 100 anos).

João Evangelista é padroeiro de centenas de cidades. 

A sua imagem é associada a um Livro, um Caldeirão, um Cálice, uma Serpente, um Cálice com uma Serpente, ou ainda uma Águia.

Guilherme Cândido


Bibliografia

 

Comentários

  1. Entre las figuras más enigmáticas y determinantes del Nuevo Testamento, San Juan Bautista ocupa un lugar singular como precursor del Mesías, testigo de la luz (cf. Jn 1,7) y voz que clama en el desierto (cf. Is 40,3). Su vida, marcada por el ascetismo, la profecía y el martirio, constituye un puente entre la Antigua y la Nueva Alianza, entre la espera mesiánica de Israel y la manifestación del Verbo encarnado. Su nacimiento, celebrado litúrgicamente el 24 de junio, es uno de los pocos - junto con el de Cristo y el de la Virgen María - que la Iglesia conmemora con solemnidad, lo cual subraya su papel único en la historia de la salvación.
    Este artículo propone una aproximación teológica, histórica y espiritual a la figura de San Juan Bautista, articulada en cuatro ejes: su parentesco con Jesús según los Evangelios y la tradición patrística; su misión profética como heraldo del Reino; su lugar en la espiritualidad Templaria como modelo de fidelidad y pureza; y la devoción que la Orden del Temple le ha profesado a lo largo de los siglos, reconociéndolo como protector e intercesor.
    A través de fuentes bíblicas, patrísticas y magisteriales, se busca no solo iluminar la figura del Bautista desde una perspectiva académica, sino también recuperar su actualidad como arquetipo del testigo fiel, cuya voz sigue resonando en los desiertos espirituales de nuestro tiempo.

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  2. El Evangelio según san Lucas ofrece el testimonio más explícito sobre el parentesco entre Jesús y Juan el Bautista. En el relato de la Anunciación, el ángel Gabriel revela a María que su parienta Elisabet ha concebido un hijo en su vejez (Lc 1,36). El término griego utilizado, συγγενίς(syngenís), indica un vínculo de consanguinidad, generalmente traducido como “parienta” o “prima”.
    Este parentesco se refuerza en el episodio de la Visitación (Lc 1,39-45), donde María visita a Elisabet, y el niño —Juan— salta en su seno al oír la voz de la Madre del Señor. Este gesto prenatal es interpretado por la tradición como un reconocimiento profético de la presencia del Mesías.
    Aunque los evangelios no especifican el grado exacto de parentesco entre Jesús y Juan, la tradición ha sostenido que eran primos, hijos de dos mujeres emparentadas. Esta interpretación ha sido común en la exégesis patrística y en la iconografía cristiana.
    Los Padres de la Iglesia vieron en esta relación familiar un signo providencial. San Ambrosio de Milán, comentando el Evangelio de Lucas, afirma:
    “No fue sin razón que Juan saltó en el vientre de su madre: ya entonces reconocía al Señor, ya entonces comenzaba a profetizar” (Expositio Evangelii secundum Lucam, II, 19).
    San Agustín, por su parte, subraya la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento representada en esta relación: “Juan es la voz, Cristo es la Palabra. Juan es el amigo del esposo, Cristo es el Esposo. Juan es el límite entre las dos alianzas” (Sermón 293).

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  3. Esta visión patrística destaca no solo el vínculo sanguíneo, sino también la unidad teológica entre el Precursor y el Mesías.
    Desde una perspectiva histórica, se ha señalado que María pertenecía a la tribu de Judá (por su descendencia davídica), mientras que Elisabet era descendiente de Aarón, de la tribu de Leví (Lc 1,5). Esta diferencia tribal no impide el parentesco, ya que los matrimonios mixtos entre tribus eran posibles, especialmente si no comprometían la herencia tribal (cf. Nm 36,6-9).
    El hecho de que Jesús y Juan pertenezcan a tribus distintas refuerza simbólicamente la convergencia de los linajes real y sacerdotalen el cumplimiento mesiánico: Jesús como Rey y Sacerdote eterno (cf. Hb 7,17), y Juan como profeta-sacerdote que prepara el camino.
    Aunque el Magisterio no se ha pronunciado extensamente sobre el parentesco específico entre Jesús y Juan, sí ha reconocido la figura del Bautista como puente entre las dos alianzas. En la encíclica Redemptoris Mater, san Juan Pablo II alude a la Visitación como un momento clave en la historia de la salvación:
    “El saludo de María y la respuesta de Elisabet, así como el estremecimiento del niño en su seno, constituyen una epifanía trinitaria” (Redemptoris Mater, n. 12).
    Asimismo, en Verbum Domini, Benedicto XVI destaca el papel de Juan como “el último y más grande de los profetas” (n. 15), subrayando su función única como pariente y precursor del Verbo encarnado.
    El Evangelio según san Juan abre con una afirmación teológica contundente: “Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan” (Jn 1,6). Esta declaración no solo establece su origen divino, sino que lo sitúa en la línea de los grandes profetas del Antiguo Testamento, como Isaías, Jeremías y Elías. Su misión no fue autoasumida, sino recibida como un mandato divino: preparar al pueblo para la venida del Señor.

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  4. El profeta Isaías había anunciado: “Una voz clama en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos” (Is 40,3), texto que los evangelistas aplican directamente a Juan (cf. Mt 3,3; Mc 1,3; Lc 3,4). Su voz resonó en el desierto de Judea, llamando a la conversión y al bautismo como signos de preparación espiritual.
    Juan predicaba un bautismo de conversión para el perdón de los pecados (Mc 1,4), anticipando el bautismo sacramental instituido por Cristo. Su rito no confería la gracia santificante, pero sí disponía el corazón del pueblo para recibir al Mesías. El Jordán, lugar de su ministerio, se convierte así en símbolo de paso, purificación y renovación.
    “La predicación de Juan el Bautista es como un martillo que golpea los corazones endurecidos. Su bautismo es un signo de penitencia, de conversión, de preparación para el encuentro con Cristo” (CEC, n. 523).
    Juan no solo preparó el camino con palabras, sino con su vida austera y su testimonio valiente. Vestido con piel de camello y alimentándose de langostas y miel silvestre (Mt 3,4), encarnó el espíritu profético en su forma más radical. Su humildad se manifiesta en su célebre declaración: “Es necesario que Él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30).
    “Juan es la voz, pero Cristo es la Palabra. Juan es el siervo, Cristo es el Señor. Juan es el amigo del Esposo, Cristo es el Esposo” (Sermón 293). Esta distinción entre el mensajero y el mensaje es clave para comprender su papel como precursor, no como protagonista.
    Uno de los momentos culminantes de su misión ocurre cuando ve a Jesús acercarse y proclama: “He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Esta expresión, cargada de resonancias pascuales, identifica a Jesús con el Siervo sufriente de Isaías (cf. Is 53,7) y con el cordero pascual del Éxodo (cf. Ex 12).

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