El Origen de la Masonería...

Podemos pensar que el Origen de la Masonería es una mezcla ecléctica de ideas , judías , grecorromanas , pitagóricas, esotéricas, alquímicas, druidas y de otras tantas corrientes del pensamiento . 

Pero que se les dieron a estas ideas un carácter particular y único. 

Pero analicemos más a profundad esto:

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¿Cuál es el verdadero origen de la Masonería?
Se puede rastrar a la masonería desde los primeros astrónomos caldeos, los reyes sacerdotes de Asiria , los sabios y místicos del antiguo Egipto, los sabios de Grecia y los filósofos de romanos; la pregunta es ¿ pero bueno entonces cómo fue que llegaron esas tradiciones iniciáticas hasta los albañiles medievales de occidente?
Según una gran cantidad de opiniones masónicas que reconocen, sólo una fuente de inspiración para el sistema masónico, que ahora conocemos como masonería moderna, las tradiciones especulativas y operativas de la orden, descendieron de las cofradías de la construcción y fueron importadas a occidente por medio de la colegiatura romana “Collegia Fabrorum” de los constructores de templos grecolatinos; sin embargo hay quienes discrepa firmemente de este punto de vista, y opinan lo siguiente, aunque en la nueva y revisada edición de las ceremonias masónicas perfectas se da la teoría de que la masonería se originó a partir de ciertas cofradías de obreros, que son conocidos en la historia como el colegio romano de artífices, no hay pruebas para tal teoría, la masonería es ahora y siempre fue una escatología como puede demostrar la totalidad de nuestros signos, símbolos, palabras, toques , saludos etc. y sobre todo nuestros rituales, pero lo que los historiadores no nos cuentan es: como si lo que dicen es cierto esta escatología llego a los constructores las opciones sobre las ramas relativas a la antigua tradición secreta; que siguieron el camino de la escatología son pocas y por lo tanto fáciles de detectar.

Ahora razonemos un poco, si como se afirma la masonería deriva de Egipto, la india, persa etcétera, ya no parecería llevar el sello de estos países porque aunque los vestigios del saber se pueden encontrarse en la decoración de las logias, junto con referencias a los misterios de egipto y Fenicia, y las enseñanzas secretas de Pitágoras y Euclides y Platón.

Ahora , la forma en que se viste la antigua tradición secreta y una gran parte de la fraseología y palabras secretas masónicas, no son egipcias, ni caldeas ni griegas, ni persas, sino en otro idioma que ustedes ya deberían haber advertido, y el idioma es el hebreo. Y , así que aunque alguna parte de la antigua tradición secreta pudo haber penetrado en Europa a través de los romanos versados en la tradición de Grecia y Egipto; el otro canal introductorio de la antigua tradición secreta que podría haber sido accesible cronológica y geográficamente, y que es altamente escatológico es la cábala judía.

Y , ahora bien antes que empiecen a ver que todo en Masonería es de Cábala Judía, sabrán que cábala es masonería, o mejor dicho la masonería es cábala, pero existen complejos y profundos lazos, que unen a la masonería con la cábala.

Así, la masonería ha adoptado muchas ideas cabalísticas fundiendo las tanto en su estética como en su pensamiento, de una forma que la influencia cabalística no sólo puede considerarse posible, sino más bien innegable, el centro de salomón la estrella de David el simbolismo de los números el árbol de la vida, las columnas, del templo; tampoco hay que ser un genio ni un gran investigador para ver la huella judía en la masonería.
Volviendo a la Collegia Fabrorum: podemos pensar que la Masonería tuvo un origen en las escuelas de arquitectura grecorromana, o bien la Masonería recibió influencias de esta organización .
En la antigüedad grecorromana, el aprendizaje de la profesión de constructores se llevaba a cabo en el taller y la fábrica, y estaba regulado por las corporaciones de la construcción.

En Roma, estas corporaciones eran los collegia fabrorum, cuya fundación se atribuye al rey Numa Pompilio en el siglo VII a.C. y que otorgaban los sucesivos títulos de discipulus, iunior y collegans o consors, hasta culminar en el magíster.

En estos títulos se reconocen los aún en buena parte vigentes, en este oficio como en tantos otros, grados de aprendiz, peón, oficial y maestro.

Andando el tiempo y por influencia griega, el término architectus sustituyó a magister.

Aunque otorgada dentro de un gremio, la condición de maestro no se alcanzaba tras un proceso formativo meramente orientado a la adquisición de destreza práctica, sino que éste perseguía también el dominio de contenidos teóricos de notable entidad.

De la producción teórica de entonces sólo se conserva un tratado, conocido a través de copias medievales y cuyas ilustraciones gráficas no han llegado hasta nosotros.

Se trata de De architectura libris decem, escrito seguramente a partir del año 27 a.C., por Marco Vitrubio Polión, arquitecto e ingeniero militar al servicio del ejército del emperador Augusto.

Por él sabemos de la existencia de tratados de arquitectura griegos hoy perdidos, como el de Teodoro de Samos (del siglo VI a.C.), los de Pitios y de Filón de Eleusis (del IV a.C.) o el de Hermógenes de Priene (escrito entre los siglos III y II a.C.).

Parece que el tratado de Vitruvio no tuvo demasiada trascendencia en su momento aunque, como más abajo veremos, la alcanzó, y grande, después de la Edad Media.

Es un compendio de saberes expuesto con el doble criterio teórico y práctico ya comentado, en el que podemos encontrar detallada información sobre la concepción y cometidos de la arquitectura, los campos de actividad de quienes la profesaban, los atributos de los edificios, las técnicas constructivas, los sistemas de composición, los caracteres estilísticos, los procedimientos de representación gráfica y de proyecto o historias y leyendas sobre los orígenes de la arquitectura y de los órdenes clásicos.

Vitruvio dividió en tres los campos de actividad de los arquitectos de entonces: la edificación, la gnomónica y la fabricación de máquinas.

No concedió igual peso a los tres en su tratado. De los diez libros que éste comprende, el primero constituye una exposición teórica general; hay uno dedicado a los órdenes (el cuarto); tres a los diferentes tipos de edificios (el tercero a los templos, el quinto a los monumentos civiles y el sexto a las casas particulares); dos a los procedimientos constructivos (el segundo a los materiales y el séptimo a las técnicas de acabado); uno a la hidráulica (entendida como parte de la edificación); y los dos últimos, a la fabricación de relojes de sol y de maquinaria civil y militar, respectivamente.
Los romanos fueron tan notables constructores de templos, basílicas y villas como de puentes, acueductos o calzadas, pero entre ellos no había distinción entre arquitectura e ingeniería.

Ni siquiera existió un término para designar a esta última hasta ocho centurias después de Vitruvio, como luego veremos.

Con todo, se conserva un notable tratado de hidráulica del siglo I de nuestra era, el De aquis urbis Romae, de Sexto Julio Frontino, que describe en detalle el sistema de abastecimiento de agua de la capital imperial y la legislación entonces vigente sobre la materia.

También se conocen los nombres de autores griegos de obras públicas, como el arquitecto Eupalinos de Megara, que realizó en el siglo VI a.C. la instalación hidráulica de Samos, o Sóstrato de Cnido, al que se atribuye la erección en el siglo III a.C. de una de las siete maravillas del mundo antiguo, el faro de Alejandría, en la isla de Pharos, por la que desde entonces se llama así a este tipo de construcciones.
Pero lo más interesante para nosotros es que De architectura libris decem contiene, además de lo que se ha dicho, un esbozo del primer plan de estudios de que se tiene noticia, cuyo fundamento disciplinar no difiere en exceso, mutatis mutandi, de los hoy vigentes en España y en Europa.

Entre las ciencias auxiliares que los arquitectos de entonces debían comprender, Vitruvio citó en el Libro I de su tratado el dibujo, la geometría, la aritmética, la jurisprudencia, la historia, la gramática (para escribir correctamente), la música (para entender las leyes de la armonía), la astronomía (para alcanzar competencias que hoy fundaríamos en la climatología), la filosofía moral (en el aspecto deontológico), la filosofía natural (o, en términos modernos, la física) o la medicina (en concreto, los conocimientos relativos a la higiene).

Tras las invasiones bárbaras, decayó el contenido teórico de la formación del arquitecto, que quedó relegado al ámbito de los monasterios, lo cual explica el notable fenómeno de los monjes constructores, que acabó fructificando mucho más tarde, hacia los siglos XI y XII, irradiándose principalmente por todo el ámbito cristiano a partir de las abadías de Cluny y Citeaux.

Ya en esta época, fue habitual la dedicación de eclesiásticos a las obras públicas, como en España santo Domingo de la Calzada, que en el primero de los siglos citados restauró el camino de Santiago y edificó dos puentes, o su discípulo san Juan de Ortega, que en la centuria siguiente construyó varias calzadas.

Estos dos son los patrones de los ingenieros de caminos y de los aparejadores y arquitectos técnicos, respectivamente.
El giro práctico adquirido en la Alta Edad Media por la transmisión de los conocimientos propios del oficio queda atestiguado por el abandono de la palabra architectus para designarlo, que quedó reemplazada por el arcaico magister e incluso por mechanicus, término ya usado por Tácito en sus Annales (h. 115 – 117 d.C.) y por Papo de Alejandría, geómetra de fines del siglo III, y con el que los historiadores del siglo VI Agatias y Procopio de Alejandría denominaron a sus contemporáneos Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto, que estuvieron al servicio del emperador bizantino Justiniano y fueron los verdaderos últimos representantes del mundo antiguo.

Entre fines del s. VIII y principios del IX se difundió el término ingeniator, que algo después del año 1000 se convirtió en encignarius, empleándose a veces para designar a los arquitectos en general y más comúnmente para referirse a los creadores de máquinas de guerra, una actividad que ya Vitruvio había incluido entre las propias de la profesión de arquitecto.

Durante los siglos oscuros que siguieron a la caída del Imperio Romano de Occidente quedaron rescoldos de las antiguas corporaciones de constructores.

El edicto del rey longobardo de Italia Rotario, del año 643, incluye entre sus 388 artículos de derecho penal y civil regulaciones de su actividad, al tiempo que dicta normas sobre la ejecución de las técnicas murales más comunes en la época: la opus romanense y la opus gallica.

En el siglo VII, se estableció en la región del lago de Como una cofradía de constructores, con toda probabilidad italorromanos que buscaban refugio ante la expansión de tribus germánicas, de los que se dice que habían asimilado y adoptado para su organización los misterios filosóficos de los antiguos collegia.

Se trata de los magistri comacini, cuyo nombre puede tanto aludir a su ubicación geográfica como ser deformación de la expresión cum machina.
Los comacinos, claros antecedentes de la llamada “masonería operativa”, atrajeron a no pocos aspirantes procedentes de muchos lugares, interesados en adquirir las claves prácticas del oficio.

La instrucción que les dieron permite explicar la, para la época, rápida extensión de la cofradía por Borgoña, Suiza y el valle del Rin.
La masonería operativa fue la institución más característica de la Baja Edad Media (y, en varios países europeos, de buena parte de la Edad Moderna) en lo tocante a la organización profesional y a la enseñanza de la arquitectura.

A su formación contribuyeron tanto a la dispersión de los maestros comacinos como las “cofradías legas” constituidas por adscripción de quienes eran admitidos para adiestrarse en el oficio en las abadías de monjes constructores.

No es ocioso recordar que la voz inglesa mason, la francesa maçon y la castellana antigua “mazón” significan simplemente “albañil”, lo mismo que la aragonesa “mazonero”, que aún puede oirse.

Los masones operativos constituían corporaciones que transmitían los secretos del oficio en las logias, las cuales en un principio eran simplemente cabañas que servían de almacén de utillaje, oficina de trazado y centro de seguimiento emplazadas junto a las obras de las grandes catedrales.

Las logias eran accesibles sólo a los iniciados, que preservaban aquellos secretos hasta el punto de usar un idioma propio (conocido en el reino de Castilla como la “pantoja”) y signos de reconocimiento indicativos del grado de avance alcanzado en la formación, cuyo significado sólo le era accesible a quienes participaban en la propia logia.

La logia era lugar de reunión e instrucción.
Una vez que los aprendices, que no podían acceder a ella ni tenían voz ni voto en el grupo, alcanzaban una cierta destreza en el manejo de las herramientas, el conocimiento de los materiales y las técnicas de corte y labra, un tribunal constituido por maestros albañiles y presidido por el maestro mayor les otorgaba un primer grado de compañero o colega tras prestar solemne juramento de discreción, concurrencia regular, lealtad al cuerpo, afecto fraternal y ayuda mutua. Los grados sucesivos se iban alcanzando por igual procedimiento hasta alcanzar la maestría.

El progreso de los problemas arquitectónicos fue reclamando una mayor especialización, fruto de la reedición del antiguo conflicto entre homo faber y homo sapiens.

Comenzaron los arquitectos a necesitar disponer de una chambre aux traits, un local fijo destinado al trabajo gráfico del maestro y sus ayudantes o discípulos, a menudo anejo a la vivienda de su responsable y no al edificio en construcción.

A partir del siglo XIII y con mayor frecuencia cada vez, fueron estableciéndose estos talleres que anunciaban el fin de las comunidades itinerantes de canteros y sirvieron de laboratorio de la arquitectura gótica y de pequeñas escuelas privadas de proyectistas, cuyos títulos seguían, no obstante, otorgando los gremios.
La lenta recuperación de la vida civil en la Baja Edad Media propició que las antiguas cofradías masónicas comenzaran a regirse por normas escritas y conocidas por sus miembros o por los aspirantes a serlo, conocimiento que, evidentemente, no se extendió a los secretos del oficio, que continuaron celosamente guardados.

En 1356 se produjeron la promulgación del primer estatuto de constructores operativos y la primera reunión en Londres de una guild bajo su obediencia.

Pronto siguieron su ejemplo diversas consortiere (en Venecia), compagnie (en Bolonia), arti o capitudini (en Florencia), collegi (en Roma), maestranze (en Sicilia), Guilden e Innungen (en Alemania), maitrises o jurandes y confreries (en Francia), genotschapen
(en los Países Bajos), artels (en Rusia) y corporaciones, gremios y “collegios”, en la Península Ibérica.
Los humanistas del Quattrocento acabaron de soldar la fractura entre los textos (litterae), que ya habían dejado de ser cosa de monjes, y la construcción (ars mecánica), que había visto como el proceso formativo para dominarla se diversificaba desde tiempo atrás.

El taller-escuela gótico evolucionó de forma natural hasta convertirse, inicialmente en Florencia, en la bottega, un taller de tipo nuevo que fue una institución esencial para la constitución y transmisión de la mentalidad renacentista.

En la bottega, los ayudantes y alumnos, en estrecha convivencia y bajo la autoridad de un maestro que era ya un artista libre e independiente y también un hombre de letras, cultivaban la pintura, la escultura y la arquitectura, hermanadas entre sí en el empeño de hacer revivir la cultura antigua.

Filippo Brunelleschi, arquitecto florentino considerado el más temprano restaurador de la arquitectura romana, que tenía formación de escultor y que ha pasado también a la historia como preclaro ingeniero y como inventor del moderno sistema de la perspectiva lineal, dio un buen indicio del cambio que estaba experimentando el ambiente cultural cuando en 1434 esgrimió su derecho a desvincularse de la corporación de maestros canteros y carpinteros de su ciudad, rehusó pagar la contribución que ésta le reclamaba y pleiteó contra ella en defensa del autónomo carácter intelectual y artístico de su oficio.

Brunelleschi fue el primer arquitecto moderno, emancipado de un sistema de gremios que estaba perdiendo su influencia de antaño, pero que aún conservó su capacidad de acreditación profesional durante muchos siglos, en lento declive hasta casi nuestros días.
La nueva situación explica el interés por recuperar las teorías arquitectónicas de la Antigüedad y el auge experimentado por la tratadística.
El primer tratado renacentista,

De re aedificatoria libris decem, lo escribió Leon Battista Alberti, artista y literato de familia florentina cuya obra edificada se levantó principalmente en esa ciudad y su entorno, aunque nació en el exilio veintisiete años después que Brunelleschi.

El tratado es entendible como una interpretación crítica, actualización y puesta a disposición de los hombres de su tiempo del viejo texto de Vitruvio.
Alberti fue un humanista; buen conocedor de los escritos de los clásicos, que se incorporó a la práctica constructiva cuando estaba rematando De re aedificatoria y autor de un tratado sobre la pintura en 1435 y otro, mucho más breve, sobre la escultura en 1438, lo que revela su concepción de la íntima relación existente entre las tres artes plásticas (“artes del dibujo”, empezaron pronto a denominarse), a las que situó en pie de igualdad con las siete “artes liberales” y, en particular, con las cuatro no literarias que formaban el quadrivium medieval: la aritmética, la música, la geometría y la astronomía.
Durante la centuria siguiente, y mientras se extendía la nueva arquitectura primero por toda Italia y luego por toda Europa, toda la producción teórica relativa a la disciplina giró en torno a los Diez Libros de Vitrubio.

La mayoría de las publicaciones de entonces fueron reediciones o traducciones a lenguas vulgares, generalmente ilustradas, del texto romano, aunque algunas de carácter comentado adquirieron entidad suficiente para que podamos considerarlas verdaderos tratados, como los de Cesare Cesariano, de 1521 o Daniele Barbaro, de 1556.

La oscuridad de ciertos pasajes, las divergencias entre algunas de las copias medievales conservadas y la pérdida de las ilustraciones dificultaban la interpretación del texto vitrubiano e invitaban a cotejarlo con los edificios de la Antigüedad.

Surgió así la costumbre del viaje a Roma, que por lo común se prolongaba en una estancia de varios años en la que los arquitectos neófitos medían meticulosamente los restos de los monumentos de la que fue capital imperial y levantaban sus planos.
Durante más de tres siglos, se consideró que para alcanzar una verdadera destreza en el oficio el viaje era un complemento indispensable, incluso en los aspectos constructivos, de la formación recibida en origen, que para los intelectualizados profesionales de aquel tiempo era fundamentalmente artística

Asi, algunos escritores masónicos reconocen esta doble influencia la que desciende por un lado de caldea a Grecia y el egipto grecorromano y por el otro la de los israelitas y hasta algunos de ellos no todos afirman que es de esta última, fuente de donde se deriva su sistema porque después de rastrear su origen proceden a mostrar su línea de descenso a través de Moisés David y el Rey Salomón de hecho si no me equivoco su descendencia de Salomón es reconocida oficialmente; y como ya hemos visto en entregas anteriores de esta serie esa es la genealogía precisa atribuida a la transmisión de la cábala por los judíos una gran prueba de como la masonería moderna se basa muchísimo en los salomónico, y es la leyenda de Hiram Abiff en dónde El Rey Salomón al construir el templo empleó los servicios de un constructor y artífice experto en el manejo de los metales; es un arquitecto llamado Hiram de la ciudad fenicia de Tiro el hijo de la viuda (un iniciado) y dan era el maestro de un grupo de constructores, y luego de su muerte con el propósito de preservar el orden los albañiles que trabajaban en el templo ; se dividieron en tres clases los aprendices inscritos los compañeros artesanos ,y los maestros masones.

Es muy posible que Hiram Abif haya existido realmente, como también es posible que toda esta historia sea una alegoría, alegría que nos habla sobre la supervivencia de algún culto esotérico antiguo, una doctrina misteriosa que se remontaba a la época del Rey Salomón, si buscamos en la enciclopedia judía la teoría toma un poco más de color y forma; al sugerir que la historia de Hiram Abiff posiblemente pueda remontarse a una leyenda rabínica, concerniente al templo de salomón en la que se cuenta que mientras todos los obreros fueron asesinados para que no construyeran otro templo dedicado a la idolatría, Hirán fue elevado al cielo para salvarlo de la Matanza, como , ahora bien

¿Cómo se relaciona esta esotérica leyenda cabalista rabínica, con la masonería del Siglo XXI?.

La respuesta a esto es complicada, y por tanto debemos de profundizar en el estudio.

Alcoseri

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