Ser Maestro de Sí Mismo

 







El primer deber del Maestro es, sin duda, el dominio de sí mismo. 


Como bien se nos enseñan los antiguos sabios que han pisado esta tierra, conocerse así mismo y lograr el dominio de uno mismo, es el instrumento con el que trabajamos en la Gran Obra de la Construcción Universal.

Este edificio, compuesto por células vivientes, es autónomo en su funcionamiento fisiológico, pero la inteligencia soberana no gobierna de manera absoluta al animal que llevamos dentro ya que como todos sabemos, esta el ser humano sujeto a las pasiones y el vaivén de las emociones que, constantemente luchan por brotar hacia el exterior en forma de actos.

Desde el inicio de la vida, el instinto sofoca la razón, y solo con el tiempo y la madurez logramos afirmar nuestra voluntad sobre las pasiones. 

El Maestro, por tanto, debe esforzarse por poseerse a sí mismo, dominando sus instintos y emociones, para alcanzar la serenidad necesaria que le permita obrar con justicia y discernimiento.

Ahora, esto no significa que no tengamos emociones y deseos como todo ser humano, pero si debemos de ser capaces de controlar a cual podemos ceder y a cual debemos combatir para que nunca salga a la luz, como rezaba un antiguo refrán, del que no deseo decir el autor, ya que temo equivocarme;

...no somos capaces de controlar nuestros pensamientos, pero si podemos controlar a cuales convertimos en acciones... (Algo así)

En el primer Grado, con la mano en escuadra, de la forma conocida por todos los Hijos de la Viuda, recuérdanos que la cabeza debe estar libre de las agitaciones que surgen del pecho, donde hierven las pasiones, así han de ser separadas.

Para el segundo grado, debemos avanzar en el camino del autodominio, sometiendo no solo su intelecto, sino también sus sentimientos. Sus pasiones, lejos de ser suprimidas, son puestas al servicio de su voluntad, convirtiéndose en fuerzas que impulsan su acción, en un camino difícil y sujeto al error de la materia.

En su tercer grado, culmina este proceso de autodominio. Su maestría se extiende incluso a los instintos más primarios. No se trata de aniquilar estos instintos, sino de subyugarlos, de ponerlos al servicio de un propósito superior. El Maestro no busca maravillar con hazañas extraordinarias, sino cumplir con humildad y sabiduría la tarea que le ha sido encomendada, tarea difícil para muchos, (servir a la humanidad).

La Iniciación nos llama a trascender la mera especulación y a convertirnos en artífices de nuestra propia existencia. 

El Arte de la Vida no es un mero ejercicio intelectual, sino una práctica constante que nos invita a profundizar en el conocimiento de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. 

El Maestro no se contenta con teorías superficiales; busca ir al fondo de las cosas, desentrañar los misterios que yacen en las profundidades de la existencia. Solo así puede iluminar a sus Hermanos y guiarlos en la búsqueda de la Luz.

El Maestro no trabaja solo para sí mismo. Su misión es guiar a los Aprendices y Compañeros, iluminando sus caminos y ayudándoles a superar las sombras de la ignorancia y el error a través del ejemplo y de la acción.

Como bien nos recuerda Wirth, el Maestro que no profundiza en el Arte, que no se esfuerza por comprender y transmitir la Verdad, es responsable de las faltas que se cometen por su negligencia. La Maestría no es un título en una pared pintada y hermosa, sino una obligación constante de servir y elevar a los demás.

Por ello, el Maestro debe ser, ante todo, un oyente atento. La verdad no es monopolio de nadie, (aunque mucho deseen mantenerla en secreto por una fantasía de custodia), y el Iniciado sabe que puede encontrar destellos de luz incluso en las opiniones más opuestas a las suyas. La tolerancia es una virtud esencial del Francmasón, y el Maestro debe ser un ejemplo de apertura y comprensión. 

Escuchar a los demás, dialogar con respeto y buscar la Verdad en todas partes es parte fundamental de su labor.

Finalmente, para no volver extenso el escrito, el Maestro debe ser un hombre de acción. 

No basta con meditar y reflexionar; es necesario actuar con discernimiento y firmeza. La Masonería no es un refugio para el ocio, sino un taller donde se forja el carácter y se construye el Templo humano y a su ves el de la Humanidad.

El Maestro debe ser la encarnación material de la LUZ, un faro que guíe a sus Hermanos en la intensa oscuridad, un ejemplo de integridad y dedicación para todos.


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